domingo, 8 de julio de 2012

Lars von Trier - Forbrydelsens element (1984)



El elemento del crimen

Fisher, un inspector de policía, regresa a El Cairo después de haber estado investigando un asesinato en Europa. Se encuentra en un estado de confusión que lo lleva a buscar la ayuda de un psicoterapeuta. Su objetivo es intentar reconstruir, por medio de la hipnosis, el crimen a partir de los datos que ha ido recopilando. (FILMAFFINITY)


La antesala de Europa y del egocentrismo
Hubo un tiempo en que el director danés Lars Von Trier no sabía lo que era el dogma, ni conocía la experiencia de torturar psicológicamente a las actrices durante los rodajes, ni rodaba tres minutos al año de una película que se estrenará probablemente cuando usted haya muerto (1), un tiempo en el que, definitivamente, tenía el ego bastante menos subido que en la actualidad. Ese tiempo pasó, pero quedaron sus primeras obras como testimonio. No quiero decir con esto que menosprecie sus últimas películas, que por lo general me gustan y a menudo demasiado, pero ciertamente sus aires de grandeza y el comportamiento de que hace gala en una película comoLas cinco condiciones (De fem benspænd, 2003) no dice demasiado a favor de su persona, y eso que reconozco que he terminado por tomarme a risa todas estas excentricidades. Y como creo que talento no le falta, ni le faltaba, y como supongo que eso es lo que se juzga aquí, en adelante me limito a hablar de la película.
Esta sería la segunda, si tenemos en cuenta su mediometraje Image of Relief (Befrielsesbilleder, 1982), de poco menos de una hora de duración, que le sirvió como el trabajo final para sus estudios en la Escuela Danesa de Cine. Ese primer proyecto, realizado con una exquisita factura técnica, resultando una obra tan ininteligible como visualmente fascinante, ya mostraba el talento del danés y en parte marcaba el camino a seguir en su primer largo, El elemento del crimen. Como en Image for Relief, y como lo haría después enEuropa (id., 1991) o El reino (Riget, 1994) Von Trier utiliza una fotografía coloreada, en esta ocasión con un predominio casi total del amarillo, para dotar a su historia de una atmósfera no sólo surrealista como en aquellas, sino también malsana. A este efecto también contribuye el desarrollo de la trama en un verano sofocador, en el que los ventiladores y los pañuelos tratan de impedir sin éxito que el sudor se apodere de los cuerpos.
El elemento del crimen es la antesala de Europa en muchos aspectos, no sólo la cuidada escenografía, tanto en la labor fotográfica como la utilización del montaje (plagado de pequeños detalles: la brillante superposición de planos en un par de ocasiones —el coche en llamas en el recuerdo de Osborne y la linterna que rompe Fisher—, o la forma de enlazar el plano del coche de juguete del niño y el auténtico de Fisher al llegar al escenario del crimen, por citar algunos) y el sonido, aspectos todos que alcanzarían su cenit en el filme protagonizado por Max Von Sydow, sino también en algunas ideas o elementos argumentales como el trance hipnótico al que se somete Fisher para recordarlo todo y la voz en off del hipnotizador, las continuas menciones al continente o el río en el que se ahoga un animal al comienzo del filme, que remite al desenlace de Europa, o viceversa, para ser más exactos.
Al contrario que ocurriría años más tarde en Los idiotas (Idioterne, 1998) que partía de una buena idea, pero una puesta en escena en mi opinión bastante desagradable (tengo que reconocer que el dogma no es santo de mi devoción, y se aleja bastante de lo que yo entiendo por el cine), aquí, a pesar de la brillantez técnica de la propuesta, el guión, aunque nada desagradable, sí se resiente a ratos de cierta previsibilidad ya que los indicios que se van dejando por el camino no son precisamente sutiles, y a pesar de los intentos por sorprender al espectador con algún que otro giro supuestamente revelador (el asesino mata sobre su inicial en el mapa y no sobre una figura geométrica) o incluso folletinesco (la revelación de que Kim tiene un hijo con el asesino), no es esto precisamente el punto fuerte de la película, pero tanto la arrebatadora fuerza visual como los ecos al género negro compensan sobradamente el resultado final.
Además, a pesar de todo esto, el guión también contiene numerosos elementos de interés, que se integran en la trama proporcionando una coherencia necesaria en una historia no tan simple como puede parecer a priori, elementos por otra parte peligrosamente cercanos a la pedancia a la que se aproxima en todos sus filmes (otros opinan que se revuelca en ella). Me refiero a la novela que da título al filme, un libro que Fisher sigue a pies juntillas, y que recomienda repetir los pasos del asesino para poder atraparle. Este hecho es el que provoca, entre otras muchas cosas, que Fisher conozca a la misma mujer que el asesino. El policía se lo confiesa a sí mismo mientras va recordando: «Es algo de lo que debí darme cuenta hace mucho. Siguiendo la misma ruta que él, fui a dar con la misma chica», algo que quizá (y sólo quizá) al espectador podría haberle pasado desapercibido, haciéndole pensar que, como yo he dicho arriba, y también quizá, inmerecidamente, se encuentra ante un folletín, o que Von Trier piensa que es idiota. Personalmente, yo comencé a notar los indicios de que Von Trier tiene esta opinión de los que ven sus películas en Epidemic, cuando decide pintar en la pared la línea argumental de la película.
En cualquier caso, todos esos detalles menores unidos, terminan por cuadrar una historia cuya previsibilidad se diluye entre cristales rotos, coches en llamas y un Harry Grey que se escurre como la memoria de Fisher. Poco a poco se les va cerrando el cerco a ambos... para concluir que muchas veces es mejor dejar los recuerdos enterrados y que las amnesias selectivas sigan su curso.
¡Qué distinto sería todo si este danés dejase también enterradas sus ínfulas!... y reconozco que probablemente sería para peor, pues ya digo que cada vez me resulta más gracioso, y, para mal o para bien, tiene cierto mérito: es personal.



FA 4868

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