martes, 7 de junio de 2011

Alejandro González Iñárritu – Biutiful (2010)

Agarrando cadáveres.

Era difícil imaginarlo, pero Iñárritu se superó a sí mismo. El cine del mexicano es miserable porque se regodea en el sufrimiento de sus personajes y lo hace de manera solemne, como si sus películas aspiraran a informarnos de manera grave y urgente sobre el estado de cosas del mundo, un mundo siempre sórdido y terrible. No hace falta mencionar a los tres chicos muertos en sus ataúdes o las imágenes de los trabajadores chinos asfixiados por un escape de gas entre los que se encuentra un bebé que aparece insistentemente en el cuadro; un plano fugaz de un mendigo tirado en la calle y una paloma que le camina por encima alcanzan para sacarle la ficha rápidamente al cine de Iñárritu. La cámara en mano y las tomas de la ciudad intentan imprimirle a la película un vértigo y un clima de denuncia que son el complemento perfecto para las imágenes que se regodean en la pobreza. Iñárritu está siempre a la caza de las calamidades de sus personajes, como los dos protagonistas de la colombiana Agarrando pueblo, de Luis Ospina y Carlos Mayolo. No es difícil imaginárselo a Iñárritu igual que los dos directores que recorren las calles de Cali en busca de indigentes para poder filmarlos y hacer una película sobre las penurias de la vida de América Latina. Sin embargo, algo de mérito hay que darle al mexicano por el trabajo visual que despliega sobre El Raval, barrio humilde y tumultuoso de la Barcelona menos pintoresca imaginable. Pero el lugar que otros directores como Pedro Costa o Zia Zhang-ke podrían usar para contar una historia de los márgenes sin ánimos de aleccionar al público, Iñárritu lo utiliza como territorio sobre el cual colocar a sus criaturas y someterlas a cuanta desdicha sea posible. Además, está el tema de la grosería con la que se le habla al espectador, por ejemplo, a través de una simbología espantosa que choca de lleno con el tono realista de la película. Las mariposas atrapadas que Uxbal ve en el techo de su pieza son una metáfora tosca de las almas que no pueden irse del todo porque todavía tienen asuntos pendientes y a las que Uxbal (un Javier Bardem que parece remedar su pasado brujo de Perdita Durango pero sin el ingrediente satánico) tiene que ayudar a partir en paz.

Sin piedad, el guión les revolea por la cabeza a los personajes desgracia tras desgracia. A la menor alegría que Uxbal y su familia consiguen, el relato les suma un conflicto más grande que el anterior, como la adicción recurrente de la madre o el cáncer avanzado y con metástasis que aparece de golpe y porrazo. El sadismo de Iñárritu no conoce límites, y como si fuera una especie de cumbre de abyección autoral, Biutiful tiene una enorme cantidad de planos de chicos y bebés muertos en los que la cámara se posa sin vergüenza alguna siempre buscando el impacto fácil, como un noticiero de televisión. Sin embargo, el efecto logrado pareciera ser contrario a las intenciones del director: en vez de denuncia y llamado de atención, esas imágenes demuestran la absoluta falta de respeto de la película para con las víctimas. A los pobres no se les reserva ni el derecho a morir con dignidad, sus cuerpos sin vida son exhibidos en la pantalla como una especie de trofeo moral, una prueba de la presunta conciencia social de la película, como ocurre con el cuerpo del padre de Uxbal, muerto hace más de cuarenta años y que todavía se conserva por haber sido embalsamado. En su búsqueda frenética por la mostración de carne destrozada, la película no repara en desenterrar cadáveres de hace décadas, como si no le alcanzara con los que encuentra cotidianamente en El Raval.

Con todas las ínfulas de un humanismo postmoderno y cómodo para el que la complejidad del mundo puede llegar a pintarse con unos pocos retazos que remitan a problemáticas globales como la inmigración, la corrupción policial, la explotación laboral, el abuso de drogas, el tráfico ilegal o la discriminación racial, Biutiful no es más que otro eslabón dentro de ese cine nefasto que rinde culto a la miseria con pretensiones de enseñanza moral. Iñárritu se supera una vez más, su última película es todavía más condenable que Babel y la candidatura al Oscar como mejor película extranjera, lo queramos reconocer o no, es un signo alarmante de una época en la que una película paupérrima y funesta como Biutiful puede ser vista como buen cine e incluso cosechar premios.

FA 4073

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