domingo, 8 de mayo de 2011

Josef von Sternberg - Blonde Venus (1932)

La Venus rubia
Cuando descubre que su marido sufre una enfermedad espantosa, Marlene se sacrifica para pagar su tratamiento pero en el interín se enamora de otro hombre y decide escapar para conservar la tenencia de su hijo. Es el film en que Sternberg se acercó más a los tópicos del melodrama tradicional y también al clima social de la depresión norteamericana, pero eso no implica una concesión a ninguna forma de realismo ya que en sus manos ese contexto se transformó en un universo estético tan exótico como sus versiones de Marruecos, China, España o la Rusia de los zares. Contiene el número musical Hot Voodoo (con Marlene disfrazada de gorila) que debe ser uno de los más extrañamente eróticos de toda la historia del cine.

El cine de Von Sternberg es, en realidad, decadentista, en el mismo sentido en que lo es la literatura de Oscar Wilde. Tanto lo alambicadamente recargado de sus imágenes como el crispado control visual remedan, en el ámbito de la imagen, las mismas críticas que, a fines del siglo XIX, se le hicieran al teatro de Wilde en cuanto a su manejo de la lengua (vale decir, que las tiradas de sus personajes eran largas, exageradamente ingeniosas y que, finalmente, todos hablaban un mismo idioma: el suyo). Von Sternberg comparte con su ilustre predecesor, además, la contradicción entre la serena conciencia de la importancia que, tras la revolución burguesa, ha cobrado el público como mercado y el absoluto desprecio que, desde una concepción del artista como aristócrata, manifiestan por el mismo en tanto “multitud” incapaz de apreciar sutilezas sólo evidentes al genio.
Varias similitudes más podrían señalarse entre ambos (sobre todo en lo que respecta al uso y abuso de lo histórico y lo exótico), sin dejar de advertir una distancia que quizá constituya el núcleo mismo de la paradoja y el encanto de Von Sternberg. A diferencia de Wilde, un verdadero dandy, su paralelo cinematográfico era el hijo de un obrero inmigrante sumergido en la pobreza, que no sólo careció de una educación de primer nivel (con su por entonces tan “fundamental” –en términos de clase– acceso a la cultura grecolatina), sino que ni siquiera pudo terminar sus estudios, amén de criarse y luego desarrollar su carrera en el menos aristocrático de los países, Estados Unidos, que por aquel entonces (y hasta fines de la II Guerra Mundial) seguía siendo considerado en términos de todo lo que le faltaba para ser Europa (a la manera de la célebre e injuriosa lista que Henry James incluyera en su ensayo sobre Hawthorne).
Del mismo modo que hizo de cada uno de sus actores marionetas, llegando en el caso extremo de Marlene a diseñarla hasta el más mínimo detalle (imprimiéndole un estilo que habría de ser “su sello” por el resto de su carrera), Sternberg debió proceder consigo mismo, desde ese “von” agregado para explotar una ascendencia austrohúngara que no traía consigo más patrimonio que la miseria del inmigrante, hasta la decisión final de retirarse para estudiar “antropología”, según le gustaba decir. Quizá su máxima dificultad haya sido intentar una práctica artística basada en postulados tan sublimes, tan sutiles, en un medio todavía tan bestial, tan primario, como el cine de aquel entonces, que mal podía tolerar las frecuentes exageraciones y digresiones que su “estilo” le infligía a la trama. Como fuera, su tozuda extravagancia nos ha legado algunos de los mejores metros de celuloide jamás filmados, varias de las más osadas escenas y una de las imágenes más potentes del siglo XX: Marlene Dietrich, tal cual Von Sternberg la reinventara.(Pàgina 12)
Para Sternberg esta película era como un monumento a la maternidad y a la mujer. Cada vez que quería explicarle a su hijo lo que era la maternidad, le ponía emocionado esta película.No es ningún descubrimiento decir que la galería de personajes que Sternberg creó para Marlene, era directamente inspirada por lo que la propia Marlene significaba para él.Los críticos de la época insistían en que ella tenía muy poco registro como actriz. Ella lo sabía, e incluso reconocía no ser una actriz. Pero con su poco registro y una adecuada dirección, lograba transmitir verdadera convicción e incluso pasión a estas arrolladoras mujeres, mujeres activas que no eran perfectas, pero que siempre estaban dispuestas a la gran aventura que es vivir, aunque tuvieran que pagarlo con la muerte (como en "Fatalidad" (1931)).No retrocedían ante el pecado, el dolor, ni la hipocresía y muchas veces su motor era el amor. En "La Venus Rubia" Marlene hace todas las cosas que la sociedad le ha adjudicado desde siempre a la mujer, desde las más "honorables" hasta las menos "decorosas". Sin embargo, en toda su trayectoria vital (falsamente "pecadora"), Helen Faraday (La Venus Rubia) es movida por el amor que siente hacia su marido y su hijo. A causa de este amor será capaz de ejercer la prostitución, e incluso por conservar a su hijo, de convertirse en una vagabunda, para poder seguir ejerciendo como madre.Por ello, en "La Venus Rubia" la poesía del argumento (tan habitual en Sternberg) es más intensa que nunca. Es muy difícil imaginar una escena más emocionante que aquélla en la que Marlene tiene que soportar con la cabeza baja, hundida por la tristeza, las estúpidas palabras que le farfulla el cegato marido, incapaz de comprender el gran sacrificio de la mujer.Esto significa un enaltecimiento de la mujer, con respecto al hombre, y un reconocimiento Sternbergniano del injusto segundo papel que la sociedad le ha otorgado, a través de un argumento cargado de ironía subversiva.Pero esta obra maestra, que todavía no ha obtenido el reconocimiento que merece (a pesar de que es la película favorita de Marlene de muchos cinéfilos) tiene muchas más cosas: la fotografía en blanco y negro es tan espectacular como siempre, Cary Grant hace uno de sus primeros papeles importantes y Marlene canta 4 canciones, todas ellas importantes en el argumento.Uno de los números es mítico: Marlene emergiendo de la piel de un orangutan. (Cine Clàsico)
FA 4054

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