jueves, 7 de abril de 2011

Mark Robson – Talla de valientes (Lost Command) (1966)

El teniente coronel Pierre Raspeguy (Anthony Quinn), al mando de una división paracaidista del ejército francés, derrotada en la Batalla de Dien Bien Phu, en Indochina, es informado de que su regimiento ha sido disuelto y él relevado de su puesto. Poco después, inicia una relación con la condesa viuda de Clairefons (Michèle Morgan), que por medio de sus influencias le consigue un nuevo destino en Argelia, prometiéndole que se casará con él si regresa convertido en general. Raspeguy persuade al capitán Esclavier (Alain Delon) y a otros antiguos colaboradores para unirse de nuevo y vengar la humillación militar a la que habían sido sometidos en Indochina. Su nueva misión es de paz, pero el conflicto argelino se torna cada vez más complicado.

En unos tiempos en los que mediocridades como Black Hawk derribado (Black Hawk Down, Ridley Scott, 2001) son consideradas entre determinados sectores como el "no va más" del género bélico -que dicho sea de paso no ha sido pródigo en grandes obras para el séptimo arte-, lo cierto es que la contemplación de una película como Lost Command (1966) –Mando perdido en España- supone un cierto motivo de reflexión. Y es que revisando algunas de estas superproducciones creadas en la segunda mitad de los años 60, uno se lleva sorpresas tan gratas como La batalla de Anzio (Anzio, Edward Dmytryck, 1968). En este caso el grado de aprecio evidentemente no es el mismo, pero lo cierto es que nos encontramos con un producto tan limitado como apreciable, en el que fundamentalmente se aprecia una cuidada producción y las posibilidades no siempre bien aprovechadas de una historia basada en la novela de Jean Lartéguy, Les centurions, [convertida en libreto por] el experto Nelson Gidding -guionista de la genial The Haunting (Robert Wise, 1963), también con base literaria-. Todo eso más allá de la eficaz pero no muy inspirada realización de un Mark Robson en el último tramo de su carrera, aunque bien es cierto que logra remontar el pobrísimo nivel de las producciones que le precedieron -especialmente sus tópicos melodramas de inicios de aquella década-.

Lost Command supone un nada velado alegato sobre la conocida premisa de que "violencia sólo engendra violencia" y se centra en un escuadrón comandado por el coronel Raspeguy (Anthony Quinn), militar de rudas formas, adorado por sus subordinados pero conflictivo ante sus superiores. Tras su lucha y derrota final en la guerra de Indochina, en la que comparte amistad con el capitán Esclavier (Alain Delon), todo su escuadrón regresa a Francia. Esclavier supone lo contrario de Raspeguy; es un joven culto basado antes en la reflexión que en la acción, pero entre ambos militares se establece una especial relación logrando el segundo que el veterano coronel no sea forzado a abandonar su carrera militar -en el fondo la única razón de su vida- y encabece un escuadrón casi suicida en Argel. Para lograr su objetivo reclutará a los componentes que ya lo acompañaron en Indochina. La única excepción será Mahidi (George Segal), un soldado árabe que encabeza toda una organización independentista en Argel, y bajo el que fundamentalmente se dirigirán las acciones una vez el comando llega allí en acción militar. Una vez en territorio norteafricano se suceden los diferentes conflictos de la acción, estableciéndose las tensiones, relaciones y formas de pensar de sus personajes, entre los que hay que introducir al capitán Boisfeuras (Maurice Ronet), de tendencias sádicas. Finalmente y como no podía ser de otra manera, el conflicto se resuelve con aires de tragedia y ante las ruinas de un templo helénico, aunque el giro final tenga un aire irónico y de frustración en la mirada entrecruzada de los dos protagonistas cuando los mandos militares condecoran a Raspeguy tras la batalla final mientras éste mira a un Esclavier que por fin, según él mismo manifiesta "ha roto sus cadenas" y se marcha comprobando que todas las muertes, ejecuciones y batallas disputadas no van a impedir que Argelia tenga su independencia -los agentes militares limpian una pintada pero en su esquina unos niños están pintando otra-.

Es evidente que Lost Command está planteada antes a nivel de montaje que en términos de realización -no olvidemos los orígenes de Robson- y en ella no se vislumbra la personalidad en dirección que sí se detectaba en la ya mencionada Anzio. Es por ello que en ciertas ocasiones uno echa de menos más arrojo en la puesta en escena por encima de que ésta se formule con oficio, destreza en el manejo del la pantalla ancha y, de forma muy especial para la época en que está realizada, no se le aprecien efectismos cinematográficos -solo se observan dos zooms bastante justificados en la primera escaramuza del escuadrón en Argel-. En cierto modo cabe lamentar que no se aprovechen en todas sus posibilidades las tensiones e incluso atrocidades que se exponen -matanzas entre ambos bandos-, al tiempo que los dos personajes femeninos que se integran en el relato -interpretados por Michele Morgan y Claudia Cardinale- no tengan más que un peso intuido y en escasos momentos real. Si más no, al menos cabe resaltar la dignidad, buen ritmo y discurso subterráneo existente, y en el que además cabe destacar la "química" establecida entre los personajes encarnados con enorme solvencia por Anthony Quinn y Alain Delon. Y es que si bien del primero es fácil encontrar valoraciones, ya va siendo hora de revindicar la figura de Delon no sólo como una de las presencias masculinas más atractivas que ha dado el cine, sino también como un intérprete de enorme e intuitivo talento. (Juan Carlos Vizcaíno: Cinema de Perra Gorda)

FA 4007

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