sábado, 15 de agosto de 2009

DAVID JOSÉ KOHON, UN LÚCIDO CREADOR

David José Kohon, fue uno de los más prestigiosos realizadores cinematográficos de nuestro país y una de las figuras más significativas de la llamada "generación del 60", que por aquellos años rompió con los moldes adocenados de nuestra pantalla.
Nació en Buenos Aires el 18 de octubre de 1929, y desde joven se sintió atraído por la literatura, el teatro y el cine, elementos que harían de él un constante buceador en la caracterología de personajes y situaciones fundamentalmente ligadas con la porteñidad. En 1955 escribió la obra escénica "Mal negocio" y un año más tarde, "Roberto y el baile", y en 1964 publicó "El negro círculo de la calle", su primera novela, a la que le siguieron varios cuentos aparecidos en las revistas Comentario y Ficción.
Paralelamente, Kohon ejerció la crítica cinematográfica en las revistas Gente de Cine, Mundo Radial y Mundo Argentino y en el diario Democracia, y su nombre comenzó a adquirir notoriedad en el ambiente de los cineclubes cuando, en 1958, dirigió el excelente cortometraje "Buenos Aires", al que llegó luego de haber realizado, ocho años antes, otro cortometraje, "La flecha y el compás", y tras haber sido ayudante y asistente de diversos directores. Un momento clave
Cuando en 1960, y ya decidido a acometer la realización de largometrajes, eligió para su debut un cuento de Carlos Latorre, al que Kohon tituló "Prisioneros de una noche", la cinematografía nacional se lanzaba a una apuesta tan audaz como inédita. Para él y para muchos jóvenes realizadores de su generación la pantalla argentina debía cambiar el rumbo de su temática e inscribirse en historias que hablasen de una realidad cotidiana que tuviese como personajes a seres problematizados por la sociedad y por las circunstancias que le tocaban vivir.
"Prisioneros de una noche" fue, en aquel momento, un grito de angustia dado a través de seres intransferiblemente urbanos que viven su peripecia dramática ligados a un micromundo avasallador y circundante. En lo formal, Kohon experimentó con la cámara en mano y con su interés por el sonido con sentido dramático, y con este film presagió una búsqueda de estilo que se vio ampliamente confirmada con "Tres veces Ana" (1961), su segundo film. Aquí el realizador dividió su obra en tres episodios independientes unidos por la presencia de María Vaner en uno de sus más logrados trabajos para la pantalla.
En 1964 dirigió "Así, o de otra manera", donde buceó en la intimidad de un hombre sencillo enloquecido de deseo por su sobrina adolescente y cercado por la maledicencia de los habitantes de un pequeño pueblo, al que siguió, cuatro años después, "Breve cielo", uno de los films más sinceros del cine argentino basado en la atracción sexual de dos adolescentes (interpretados por Ana María Picchio y Alberto Fernández de Rosa) cercados por la incomunicación social y cultural. En 1970 Kohon rodó "Con alma y vida", una historia muy alejada de la sensibilidad de su realizador, y siete años después dirigió "¿Qué es el otoño?", historia que le permitió retomar las mejores dotes de su estilo que dedicó, con no poca nostalgia, "a mis compañeros de la generación del 60". Prematuro fin de carrera
Su última película, "El agujero en la pared" (1981), es una recreación porteña del mito de Fausto, lo que le permitió referirse al estado de descomposición de la sociedad argentina de la época. A diferencia de sus colegas generacionales, Kohon realizó un cine mucho más intimista y subjetivo, donde Buenos Aires fue siempre un personaje más dentro de sus relatos, todos ellos de gran vuelo poético en sus imágenes.
Pese a los múltiples inconvenientes que tuvo que soportar al igual que sus contemporáneos -censura, imposibilidad de estrenar, problemas de producción-, Kohon quiso y pudo mantenerse fiel a su línea de conducta y talento, aunque ello lo llevó a emigrar a Israel, a volver al periodismo, a rechazar posibilidades para inscribirse en el cine comercial o, simplemente, a dedicarse a otra cosa que no fuera la realización cinematográfica. Problemas de salud lo alejaron de su pasión por el séptimo arte. Ahora, con su muerte, queda su obra, sin duda una de las más perdurables, reflexivas y vivificantes que haya dado nuestra cinematografía en todas las épocas.
Adolfo C. Martínez

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