viernes, 9 de noviembre de 2007

El sútil Cine Español del ocaso de Franco


EL ESPÍRITU DE LA COLMENA

Hoyuelos, un pueblo de Segovia, hacia 1940. Ana e Isabel son dos hermanas que asisten a una función de cine itinerante, donde proyectan El doctor Frankenstein, de James Whale. La más pequeña queda fascinada, y ansía conocer al monstruo, que la mayor dice es un espíritu que puede ser visto si es invocado...
Ficha técnica:
Director: Víctor Erice / Productor ejecutivo: Elías Querejeta / Guión: Ángel Fernández-Santos, Víctor Erice / Fotografía: Luis Cuadrado / Música: Luis de Pablo / Montaje: Pablo G. del Amo / Director artístico: Jaime Chávarri / Efectos especiales: Ramón de Diego (maquillaje del monstruo) / Intérpretes: Ana Torrent (Ana), Isabel Tellería (Isabel), Fernando Fernán Gómez (Fernando), Teresa Gimpera (Teresa), Laly Soldevila (Lucía, la maestra/Milagros), Miguel Picazo (Miguel, el doctor), José Villasante (monstruo de Frankenstein), Juan Francisco Margallo (fugitivo), Estanis González, Quety de la Cámara, Manuel de Agustina, Miguel Aguado... / Nacionalidad y año: España 1973 / Duración y datos técnicos: 93' C 1.66:1.
Comentario:
Érase una vez...
Así comienza esta película, una fábula infantil sobre el despertar de la infancia al mundo, ejemplarizado por dos niñas de unos seis y ocho años de edad, que hacen frente a la vida a través de la muerte, a la realidad por medio de la fantasía. Pero también trata de muchas cosas: mientras las niñas despiertan, diríase que los adultos duermen, en una vida que no es vida, encerrados en una colmena, atrapados en las penurias de la posguerra franquista, atrapados en un páramo yerto, ajeno a la realidad.
En este mundo, un pueblo de la meseta castellana al finalizar la Guerra Civil, vive una familia conformada por Fernando, el padre, Teresa, la madre, y Ana e Isabel, las niñas; que los personajes se llamen igual que los actores que los representan es la prueba de que se trata de arquetipos, que nos movemos en un mundo plagado de simbolismos y representaciones, de ficciones antes que realidades. Cada uno de ellos se enfrenta al mundo de un modo diferente. Fernando se dedica a cuidar de sus abejas, escribir en su diario o pasear por el monte, donde va abriendo los ojos a las niñas, como cuando les enseña a reconocer las setas venenosas de las comestibles. Teresa se dedica a pasar la existencia en solitario, escribiendo cartas y esperando algo que quizá nunca llegue: puede que sea alguien que vive fuera de España, en la sede de la Cruz Roja Internacional sita en Niza (Francia), como se puede leer en la carta que quema, quizá un amante, o un hermano, un republicano huido de las fuerzas franquistas, acaso aquel que la niña encontrará en el caserón y confundirá con el monstruo. Las niñas, en definitiva, exploran el mundo abriéndose a él, a partir de la fascinación que les ejerce la muerte: al volver del cine, Ana pregunta a Isabel porqué el monstruo mató a la niña, y porqué luego matan al monstruo; Isabel intenta estrangular al gato, y luego se pinta los labios (se hace mujer) con la sangre producida por el arañazo del felino furioso; Isabel juega a estar muerta ante Ana, quien duda sobre la realidad del hecho; Ana encuentra a alguien en el caserón perdido en la meseta, acaso un maquis fugado, pero que para ella es Frankenstein: cuando la Guardia Civil acaba con él, ella encuentra restos de sangre en una piedra, enfrentándose por vez primera, si bien de forma esquinada, con la muerte.
Con todos, ambas niñas se enfrentan a la (ir)realidad de formas distintas: Isabel es mayor, más escéptica quizá, y sus juegos son conscientes ficciones; Ana, más joven, aún no es capaz de distinguir la realidad de lo que no es, aún es capaz de vislumbrar ese mundo mágico que coexiste entre nosotros, y que paulatinamente vamos perdiendo al hacernos más mayores, más prosaicos. Para ella el hombre del caserón es el monstruo de Frankenstein, que le quedará confirmado ha sido muerto por su padre, de ahí su huida. Una huida que la conducirá a encontrarse con el monstruo, con sus propios fantasmas: la confirmación de que ha perdido ese mundo le provocará el trauma.
Todo ello es narrado de una forma sutil, casi minimalista, por medio de tenues detalles que van cayendo con suavidad, casi imperceptiblemente, pero que van conformando uno de los mundos más ricos que ha deparado el cine español. La magistral fotografía impresionista de Luis Cuadrado, que retrata la casa de la familia en color miel, representando la colmena en la cual los personajes se hallan atrapados, como insectos en ámbar; la melodía de Luis de Pablo, bocetada por medio de tonadas infantiles, en particular Vamos a contar mentiras, que trasluce las intenciones del realizador, Víctor Erice, en plantear una dura realidad que se sostiene sobre los fuertes hilos de la fantasía.
El espíritu de la colmena es una de las mejores películas que ha ofrecido el cine español en toda su historia, y una de las más hermosas parábolas de la cinematografía mundial sobre la inocencia infantil, sobre la sorprendida mirada de una niña reflejada por los inmensos ojos de Ana Torrent.
Anécdotas:
* Premios: Concha de Oro en el Festival de San Sebastián 1973. En 1974, el Círculo de Escritores Cinematográficos la premió como mejor película. * El filme derivó de un proyecto de hacer "una película de Frankenstein". * El episodio del fugitivo confundido con un ser sobrenatural remite un tanto al film inglés Cuando el viento silba (Whitle Down the Wind, 1961), de Bryan Forbes; si en éste es confundido con el monstruo de Frankenstein, en aquél lo es con Jesucristo. * A Ana Torrent no le fue presentado el actor que hacía de monstruo, hallándose con éste directamente caracterizado, listos para rodar; eso le produjo un trauma y, quizá por ello, en el plano de la criatura alargando los brazos hacia ella se le ve temblando la barbilla de miedo. * El rodaje tuvo lugar donde transcurre la acción, así como en Parla (Madrid). * Los dibujos de los créditos iniciales fueron efectuados por las dos niñas protagonistas, así como por Alicia y María, hermanas de Isabel. * La película fue autorizada por el Ministerio de Información y Turismo el 5 de octubre de 1973, y estrenada en el cine Conde Duque de Madrid el 8 de octubre de 1973. Tuvo una recaudación de 260.511,37 €, con 520.901 espectadores.
Carlos Díaz Maroto (Madrid. España)
El Espíritu de la colmena está disponible en nuestro catálogo (839)



Carlos Saura / Cría Cuervos (1976)La ciudad y los cuervos


Ana camina rezagada unos metros detrás de sus hermanas. La cámara las sigue de cerca; de tanto en tanto se aleja, la ciudad entonces domina la escena. Madrid centellea bajo los rayos del sol de la mañana, luminosidad que fluye entre calles, aceras, edificios y gente rumbo al trabajo, y que de alguna forma intenta contrarrestar el claroscuro dominante durante casi todo el relato. Ahora las nenas corren, franquean la puerta y suben las escaleras del colegio. Son los minutos finales de Cría Cuervos, la película de Carlos Saura, estrenada en 1975.
Desde ese par de ojos oscuros y abismales, Ana escudriña el mundo que la rodea, lo organiza más o menos a su voluntad y decreta la supresión de todo lo que la perturba. Ficción y realidad se funden en ella para, en última instancia, intentar disolver el orden constituido. Pero ¿cuál es ese orden tan terrible para la niña? Yo recuerdo mi infancia como un periodo largo, interminable, triste, donde el miedo lo llenaba todo, dirá ya de grande, al evocar esa casa familiar con la madre enferma de tristeza, el padre militar y libertino y el país sumergido bajo una dictadura. Ana puede ver lo que sus hermanas no ven y acceder a ese mundo de sombras donde las cosas pierden sus límites precisos, se vuelven difusas y se abren a lo inesperado. Por ese espacio del medio, cada noche aparecerá la madre muerta para paliar su desolación. Desde ese lugar también planeará y llevará a cabo los intentos de eliminar al padre, a la tía y hasta a la abuela. Pero si bien este libre albedrío se funda en la venganza, en el amor y en el odio, también lo hace en el deseo de reparación de un mundo enfermo. Ana elige oponerse al destino preestablecido que la aguarda y que se refleja en esos adultos corrompidos, encadenados a uniformes, infidelidades y rituales que afianzan su esclavitud y que enrarecen la atmósfera hasta la muerte. Pero si para sobrevivir, la abuela apela al recuerdo de sus épocas felices -tiempo congelado en las fotos familiares colgadas de la pared-, y la madre a la experiencia estética de la música, Ana opta en cambio por la acción y el crimen. La desobediencia será entonces maldita por partida doble: al mundo instituido por un lado y a la resistencia pasiva que se mueve en el territorio del bien, heredada y siempre abortada a través de generaciones, por el otro.
Recién cuando el espacio de la ficción se encuentra con la realidad –y se estrella contra ésta- Ana comprenderá los límites de su fracaso. Porque así como, en realidad, no fue responsable de la muerte de su padre y ni siquiera envenenó a la tía, tampoco la presencia de la madre muerta podrá tener ya efectos de verdad en la vida real. El relato ceremonioso y detallado de su pesadilla que hace Irene en el desayuno, vuelve a poner las cosas en su lugar. A la hermana mayor la habían secuestrado en una jornada de caza, sus captores habían intentado comunicarse con sus padres, no lo lograron, entonces "me pusieron una pistola en la sien, y cuando me iban a matar, me desperté", concluirá la niña. Y ésta será la última frase de la película. Luego vendrá la partida hacia al colegio y la realidad sin escapatoria; la casa, ahora desangelada, las veredas atestadas de gente rumbo al trabajo, los edificios centelleantes bajo el sol de la mañana y el colegio religioso, marcarán los espacios que Ana tendrá que atravesar hasta su muerte. Quedarán, como último resquicio simbólico, esos metros que la separan de sus hermanas, ese andar en solitario, esa eterna falta de complacencia, ese deseo de hacer su voluntad aunque tenga en contra a toda la ciudad luminosa y franquista que se revela perdidamente adulta y disciplinada.
Como Ana, fuimos niños más o menos por la misma época y bajo una dictadura; como ella, respiramos opresión en casa y afuera latía también una ciudad feroz. No intentamos matar a nadie pero ya en nuestras cabezas anidaba un cementerio. Nos faltó su mirada fundadora y edad para ver Cría cuervos en la época del estreno. Nos resguardamos entonces en la canción pegadiza que acompaña la película, es que para entonces el amor y sus desengaños ya nos estaban haciendo estragos. Y bailamos, sedujimos, imaginamos y conspiramos como ella frente a miles de espejos. Así nos fuimos criando.
El tema de este nuevo Contratiempo es la libertad.
Zenda LiendivitBuenos Aires, noviembre de 2004

Cría Cuervos está disponible en nuestro Catálogo (809).



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